Ayer por la
noche tuve una charla muy interesante, con una amiga, en la que estuve
recordando parte de mi trayectoria vital. Durante la conversación eché la vista
atrás y me vi en mis inicios, cuando empecé a trabajar, con apenas 21 años.
Mucho ha llovido
desde entonces, muchas cosas han sucedido en mi vida, pero haciendo un análisis
de lo ocurrido concluyo que todo -o casi todo, al menos- ha sido para bien.
Durante mi vida profesional y personal, como la mayoría de la gente, he pasado
por muchas etapas y situaciones; algunas buenas o muy buenas junto a otras que
no comprendía, que veía como sobrevenidas e injustas en aquel momento. Pero si
algo tengo claro, hoy en día, es que todas tenían que pasar y que, con
perspectiva, como digo y a mi modo de ver, la mayoría suceden para bien, ya que
forman parte de nuestra trayectoria vital.
Hablando con
esta amiga recordé la primera vez que me quedé sin un duro, vamos que me arruiné;
tenía yo 26 años y me había metido a diseñar, con una ingeniería alemana, tras
llegar a un acuerdo con Vitafresh (una firma fabricante de zumos participada
por ‘El Monte’, luego Cajasol), una máquina dispensadora para sus productos. El
zumo iba a estar destinado al mercado “Horeca” -hoteles restaurantes y
cafeterías-, y tenía que conseguir, aparte de la funcionalidad, un diseño que
fuese lo suficientemente atractivo como para estar situado en la barra de un
bar sin desmerecerla ni parecer que desentonase. Tras estar casi un año trabajando
en Huelva con dos ingenieros, en mis ratos libres, logramos hacerla funcionar;
pero el diseño no estaba a la altura –era rectangular, con aristas vivas, y con
un motorcito que movía una biela y un pistón que a su vez golpeaba un
recipiente elástico donde estaba el zumo para que no se decantase. No me resultaba
atractiva y el ruido que hacía me parecía un estorbo, así que cogí un avión y
me fui a Düsseldorf a buscar ayuda. Recuerdo a mi madre el día que me iba, en
la puerta del ascensor, llorando. Yo, entonces, no lo entendía.
Desde España
había contactado con una ingeniería que diseñaba piezas para las industrias del
mueble y del automóvil y, tras convencerles para que me ayudasen, empezamos a
trabajar juntos. Estuvimos casi dos años hasta que logramos sacar cinco
prototipos que funcionasen, pero una vez concluido ese largo trabajo y cuando
ya casi todo estaba hecho, Vitafresh cambió su estrategia comercial y decidió abandonar
el mercado de la hostelería y dedicarse al doméstico: nuestro gozo en un pozo,
o algo parecido, imagino que fue lo que debería pensar yo o, mejor dicho, lo
que sentiría en aquel momento nada más saberlo. Lo que sí tengo claro es que
fue un mazazo. Recuerdo que mi socio Joachim Niehaus y yo estábamos
consternados; cogimos su coche, y con Winfried –otro ingeniero que trabajaba
con él— y con tres prototipos de las máquinas en el maletero, recorrimos media
Europa buscando clientes a los que le pudiera interesar. Así fue como llegamos
a la sede de Smurfit, en Éperney, una pequeña ciudad, al norte de París, donde
estaban las oficinas del mayor productor de cartones del mundo y que, además,
era el fabricante de la bolsa y la cajita donde iba el zumo que envasaba
Vitafresh. Nos reunimos en una sala inmensa con una señora llamada Isabelle
Macé que era la directora de esta empresa para Europa, Oriente Medio y África,
y con su equipo de más de veinte comerciales. Tras una larga exposición, con un
intenso turno de preguntas por su parte, concluyeron que las máquinas eran
fantásticas. En definitiva: les habían encantado. Pero había un problema:
habíamos diseñado un producto pensando exclusivamente para el zumo de Vitafresh
y, para adaptarlo a otros clientes, había que cambiar algunas cosas. Los
cambios que había que hacer, aunque a primera vista pareciesen pequeños,
implicaban hacerlas más grandes y esto nos llevaba a fabricar nuevos moldes
para la carcasa, el evaporador, y modificar la manera de mantener el frío, algo
que habíamos conseguido produciendo una reacción endotérmica a través de una
tarjeta ‘Peltier’ de intercambio de electrones. No tengo que deciros que durante
ese tiempo Joachim y yo le habíamos dedicado muchísimas horas al proyecto y nos
habíamos gastado una fortuna, él más que yo; pero él tenía su empresa y yo me
quedé sin trabajo y sin un céntimo. Salimos de aquella reunión cabizbajos, con
el ánimo por los suelos, y nos fuimos a cenar a un restaurante en Reims.
Durante la cena no recuerdo ni siquiera de qué hablamos. Pero sí que al final
de ésta, cuando estábamos tomando los postres, llegó el turno de la máquina y nos
enfrascamos en una no demasiado larga, pero sí intensa conversación en la que decidimos
que él y yo nos iríamos cada uno por nuestro lado, para nuestras respectivas casas,
a descansar, y volveríamos a hablar al cabo de unos meses y ya decidiríamos,
entonces, si poníamos de nuevo el proyecto en marcha o no.
Regresé a Huelva
resignado, con la sensación de haber fracasado; sin dinero, y sin tener muy
claro lo que iba a hacer -corría el mes de enero del año 2000-. A éste le
siguieron un par de meses de profunda reflexión, en los que todavía pensaba,
diariamente, en cómo podíamos reformar aquella máquina para que cumpliese las
expectativas de Smurfit, sin gastarnos ni un céntimo más de lo necesario para
que aquello fuese posible y, por otro lado, conseguir el dinero. Así transcurrió el tiempo,
pensando y pensando, hasta que un día, caminando por la calle Concepción, me encontré
con mi amigo Nicolás, del colegio. Yo le veía bien, estirado y contento, y
llevaba una carpeta gruesa, de colores muy llamativos, bajo el brazo. Se me
acercó para saludarme y me dijo con mucha seguridad:
-
Sergio, tienes que comprarme
un piso en Islantilla; son fantásticos, están muy bien de precio y te puedo
asegurar que es una magnífica inversión- apostilló.
Yo le sonreí,
sarcástico, y le contesté:
-
Nico, no tengo ni un duro,
estoy más tieso que una mojama; acabo de llegar de Alemania y me he gastado
todo el dinero que tenía.
Se me quedó
mirando, con los ojos entornados, durante unos segundos, creo que algo
desconcertado por mi respuesta. Pero una vez se recompuso, me respondió:
-
Pues ayúdame a venderlos y
nos repartimos la comisión.
Miré su carpeta
y me pareció muy atractiva, recubierta de vivos colores.
-
Déjame ver- le respondí-. Al
fin y al cabo –pensé yo-, no tengo nada que perder.
Aquel día le
tomé la palabra y ahí comenzó de nuevo a cambiar mi vida: en una semana vendí más
de veinte, a la siguiente me fui a Canarias y vendí siete más, luego monté una
oficina en el Centro Comercial de Islantilla y, durante los dos años
posteriores, fueron doscientas cincuenta y tantas. No obstante, os mentiría si
os digo que ya nunca más volví a pensar en la máquina de zumos, ni en Joachim. Pero
siempre creí, como os digo, que ahí había cerrado un capítulo de mi vida y había
empezado otro.
Así hasta que ayer,
después de la conversación con esta amiga, empecé a notarme intranquilo y me
volví a preguntar qué estaría haciendo ahora mi socio, aquel socio que tuve en
Alemania y con el que había compartido una gran ilusión repleta de buenos y
malos momentos -muchos más buenos que malos, por supuesto-. Sentí, entonces, la
necesidad de saber qué periplos y visicitudes habría reservado la vida para él.
Y por primera vez, en todos estos años, noté que ese capítulo, al contrario de
lo que siempre había creído, había permanecido abierto y no se había cerrado ya
que, para cerrarlo, ahora necesitaba referenciarle; saber por dónde andaba, saber
que había sido de su vida, de sus negocios, de sus hijos, de su mujer… En
definitiva y parafraseando a Shakespeare: conocer qué cartas le habían tocado y
cómo las había jugado. Así que esta mañana me levanté temprano y ya sabía lo
que tenía que hacer.
Hace unos
minutos que he acabado de escribir un correo a una dirección que aparece en la
página web de la que creo que todavía es su empresa ‘Ingenieurbüro Niehaus’ - www.niekon.de -; y aquí estoy, esperando a ver.
Espero y deseo tener suerte y, esta vez sí, poder contactarle y cerrar un
capítulo de mi vida para, con paz interior y tranquilidad de conciencia, seguir
abriendo, jugando, y escribiendo otros con las nuevas cartas que, como siempre,
tenga a bien presentarme el destino ;).
Seguid en Paz y
Pasadlo Bien.
SP.
Por cierto,
P&N Products, S.L., significa Productos de Polo y Niehaus J