Me comentaba ayer
un amigo, residente desde hace muchos años en Barcelona, que las injerencias que él tenía hasta ahora por
los acontecimientos que estaban sucediendo en Cataluña no eran muy diferentes a
las que yo debía de estar teniendo en Huelva. Me explico: mi amigo vive en un barrio
de clase media, tiene familia, una empresa con la que se gana el pan de cada día
y un círculo de amistades, la mayoría catalanas, que se relacionan con él con
normalidad y que intentan seguir viviendo con esa normalidad, pagando sus
impuestos como cualquier ciudadano de nuestro país.
Entonces, ¿cuál
es el problema?: el problema, me decía, es que lo
que está sucediendo se circunscribe a ambientes radicales que, por mucho
que quieran hacernos ver con sus poderosos aparatos de propaganda, no
representan a la mayoría de la gente que vive en Cataluña. En las grandes
ciudades, donde la contaminación por parte del apartheid independentista ha
tenido menos margen -al contrario de lo que sucede en los pequeños pueblos donde
es más fácil ser señalado-, la gente sigue viviendo su día a día ‘casi’ como en
cualquier otra parte de España. Y digo ‘casi’ porque inevitablemente están preocupados
por lo que a partir del día 1 de octubre pueda ocurrir. Su preocupación, me
decía mi amigo, está en que se declare la independencia –aunque eso creía que
no iba a suceder, al menos de forma factible y reconocida-. Pero también me decía que está muy preocupado por la
reacción que pueda tener, a partir de ese momento, la gente del resto de España
contra esa mayoría que son como él, tachándolos -al igual que a los ‘cuperos’
y demás radicales del procés- de subversivos y golpistas.
Tras charlar durante más de media hora, colgué el teléfono y tuve ese momento de reflexión
en la que me imaginé cómo podría ser la vida de mi amigo y la de tanta gente en
Cataluña a partir del día del referéndum. Gente
tensionada, excluida y señalada durante muchos años como ‘traïdors’ y ‘botiflers’
allí, y como antiespañol y abnegado secesionista cada vez que salieran o
viajaran al resto del país. Gente que viviría para siempre, estuviera donde
estuviera -marcada por este despropósito al que nunca deberíamos haber llegado-, en territorio hostil.
Por eso quiero manifestarle todo mi apoyo a la
gente de bien de Cataluña. Y a los demás, deciros que no nos dejemos
engañar; no todo el mundo en Cataluña es
como lo que nos quieren transmitir.
Sinceramente, no
me gustaría estar en el pellejo de mi amigo, y desde aquí le mando un fuerte y fraternal abrazo a todos los
catalanes que viven pensando y queriendo que España sea, y siga siendo, por
muchos años, un gran país; su país.
(Ojalá que se imponga la cordura y todo
salga bien)
SP