Por Sergio Polo.
El
tiempo vuela y quién lo iba a decir; mañana tendremos, por fin, la primera de
las presentaciones de la novela. Ha pasado casi un año desde aquel sábado 26 de
abril en el que Cinta, mi mujer, advirtiendo el inminente final de aquel sueño,
en un acto de amor como pocos, cogió a los niños y se fue a la playa dejándome
parir las últimas líneas en la más estricta intimidad, con mis personajes: Raúl,
Celia, Álvaro Soria, Adell Mertzler, Puche, Roberto o el incombustible Adolfo Castero
entre otros; como, por otra parte, era lo debido. Recuerdo que fui
despidiéndome de ellos con una mezcla de alegría y de tristeza. Pienso que la
sensación que viví hubo de ser parecida a la que tienen los padres el día en
que sus hijos se marchan de casa y empiezan, entonces, a tomar conciencia de
que ya no existirá ese roce diario, cotidiano, tibio y extremadamente cercano
como el habido hasta entonces, más que nada por razones de fuerza.
Durante los días siguientes supongo
que pensaba lo que piensan estos padres: que aunque para mí los hijos siguieran
ahí y no me acostumbrara a su pérdida, ellos ya habrían dejado de tenerme a
cada momento en su pensamiento, que ya habrían superado esa relación de
dependencia en la que yo, como su autor, me erigía siempre como su último
bastión, en su fiel referencia. Pero esos días, en la más absoluta soledad y en
el silencio casi depresivo por su partida, me revelé y me negué a ello y decidí
que seguiría ahí detrás, ayudándolos, velando por su futuro y brindándoles
todas las oportunidades para que en el otro mundo, en el que hay fuera de las
páginas del libro, tuvieran éxito y no cayeran en la indigencia.
Así fue la historia y eso fue lo que
me propuse, así que poco tiempo después
de aquello decidí ponerme manos a la obra y cambié mi rol para seguir
trabajando para ellos, pero de otra manera; para darlos a conocer, para que la
gente supiera de sus avatares y de sus proezas, de sus alegrías y de sus miedos
y no quedaran sumidos en la pérdida.
Mañana, después de la primera presentación
en mi casa, en Huelva, podré decir en parte que lo he conseguido; al menos se
habrá dado un gran paso, toda una proeza. Luego vendrán las de Sevilla,
Barcelona, Madrid, Málaga y Valencia. Eso sí; habrá sido un trabajo duro, ya
que aquí no existe ningún padre famoso, de esos que sólo con su nombre abren
puertas, de esos por los que se pelean las distribuidoras o las editoriales por
tenerlo en sus reseñas. No. Simplemente era un padre cualquiera que ha confiado
en sus hijos, en sus potenciales y en sus riquezas, en sus diversidades y
condiciones humanas, en sus vidas, como las de todos, imperfectas; dándole
sentido, sobre el escenario de El Renacer del Monstruo, a una historia al
margen de la novela que para mí, para el padre, realmente, ha sido bella.
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