
Como sucedió en la famosa novela de
George Orwell “Rebelión en la granja”, Napoleón, el verraco que se erigió en
líder de aquella mal llamada república animalesca, consiguió transformarla en
tiranía gracias a una interpretación tergiversada de la realidad unida a un
efectista y potente aparato de propaganda. No hay nada más eficiente para que
un mensaje anide en el destinatario que hacerlo a través de los sentimientos,
es decir, en el corazón. Y ahí es donde estamos ahora: una gran cantidad de
patos, gallinas, perros, caballos y burros siguiendo al stablishment de los cerdos, quienes al inicio de todo esto
entendieron mejor que los demás que el enemigo debía ser el señor Jones, aquel
viejo y borracho granjero al que en sus discursos multiplicaron sus defectos y ningunearon
sus virtudes, vendiéndolo como el malvado que explotaba al resto de los
animales a cambio de una mísera ración de heno y paja, prometiendo, acto
seguido, una y otra vez, que de triunfar
una República Animalesca Independiente todos ellos comerían manzanas amén de
otras comodidades pensadas para cautivar la voluntad de cada uno; como establos
con calefacción, jubilaciones a medida, áreas de descanso para los animales que
no pudieran trabajar o jornadas laborales de tres días a la semana. Visto así:
¿quién no querría derrocar al señor Jones y apoyar el discurso de los cerdos?
En la granja de Cataluña,
desgraciadamente, eso es lo que tenemos ahora: una gran masa de población
convencida de que su principal enemigo es la España que encarna al señor Jones,
aquella que les explota y les roba a cambio de una raquítica ración de heno y
paja, tal y como les han vendido, todo ello sin querer ni siquiera pensar que
son los cerdos los únicos que posiblemente sacarán tajada de este mísero
despropósito erigiéndose, en el caso de que tuvieran alguna posibilidad, en los
amos y señores de aquello por lo que todos lucharon, es decir: de una vida
fácil, suntuosa y feliz dentro de su querida y añorada granja.
Pasadlo bien.
SP.