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sábado, 4 de enero de 2020

EL SECRETO PARA CONCILIAR EL SUEÑO

Querido vecino:

Esta pasada noche me fui a la cama con una profunda sensación de desasosiego que no me dejaba dormirTuve que concentrar mi atención, monopolizada prácticamente durante los últimos días por la política, y dirigirla hacia otros registros más elevados como la belleza y el arte, sólo así logré cruzar el umbral hasta llegar a ese estado de relajación y serenidad que necesitaba para conciliar el sueño. Pero esta mañana, al introducirme de nuevo en esta realidad de todos, que avanza con el día y nos engulle y atropella con sus velocidades de vértigo, me llegó de nuevo la desazón acompañada de un profundo malestar interior que es la causa que hace que en este momento esté aquí escribiendo esto.

Como he dicho en algunas de mis publicaciones, una vez que creí que había llegado el momento de pasar página a la promoción de mi novela ‘El Renacer del Monstruo’ dejé de dedicarle tanto tiempo a la política y a su análisis, fundamentalmente. Desde hace poco más de dos años, mis inquietudes intelectuales están en otra guerra: la del inexorable avance tecnológico y sus relaciones con el pensamiento de Nietzsche -el súperhombre-, la filosofía clásica -la justicia, el alma, la belleza…- y la religión, o las religiones. Es ahí donde me he centrado para intentar averiguar dónde esta el punto de fuga, cómo será, y cuál el camino que nos llevará hasta él -ya os estoy dando algunas pistas sobre lo que tratará mi próxima obra; casi con toda seguridad, un ensayo-. Pero como os digo, mi entripado de estos días, mi desazón, está ahí, de nuevo, por la política: y el problema es que igual que tú, vecino, veo monstruos.

¿Qué va a pasar? No lo sé, dependerá de muchos factores. Puede ser que todo se enrarezca y emponzoñe aún más -y que Dios nos coja confesados-. O tratar de ser prácticos, y hablo de ser prácticos tú y yo, no de Pedro Sánchez, ni de Pablo Casado; ni de Pablo Iglesias, ni de Santiago Abascal; ni de Torra, ni de Junqueras; tú, vecino mío, y yo, única y exclusivamente, al margen de lo que digan o hagan nuestros dirigentes políticos.

Para los que no lo sepáis, me considero liberal; de centro. Esta consideración me permite mirar para ambos lados con empatía e intentar comprender la realidad de unos y otros. Parto de la base de que España tiene una clase política que no la merece. La clase política española, en general, es cortoplacista e interesada y, en la sociedad en la que vivimos, con las prisas de nuestras obligaciones diarias por un lado y la enorme oferta de entretenimiento con la que nos bombardean, por otro, la política no se vive con pensamiento crítico, sino que se ‘hooliganiza’ y se sigue como el que sigue a un equipo de fútbol-: “me da igual lo que hagan o lo que digan, yo soy del ‘beti’ manque pierda y el Sevilla es nuestro enemigo”, podríamos decir. No, vecino, craso error: los partidos políticos no son equipos de fútbol, por más similitudes que tengan.

En mi opinión, Pedro Sánchez no es un buen dirigente -no hablaré de los demás para no extenderme, pero tampoco están mucho más allá-. En mi opinión, Pedro Sánchez ha cruzado una línea roja, que nunca debía de haber cruzado, y es reconocer que en Cataluña hay un conflicto político, sin el apoyo de una mayoría constitucional. Y lo ha hecho ya, delante de todo el mundo y en el Congreso, ya está hecho y no cabe vuelta atrás. 

Haciendo un símil y para que nos entendamos, Pedro Sánchez ha actuado como un piloto de avión suicida que ha enfilado la pista de despegue y ha comenzado a acelerar, y ya no podemos pararlo porque en el avión vamos todos -tú y yo también, querido vecino-. Ahora, si sale investido, habrá que dejarle pilotar un tiempo hasta que el avión despegue y luego ya veremos lo que pasa; ojalá estabilice la nave y pueda volar quedando todo, para muchos, en un mal susto y teniendo en cuenta que, siendo así, logrando despegar, siempre estará la posibilidad de que otro piloto lo sustituya durante el vuelo y lo pueda volver a hacer aterrizar. Pero a estas alturas, con el avión enfilando el punto de no retorno, si no le dejamos despegar, se estrellará. Y no te olvides, querido amigo, vecino, de que dentro del avión también estamos tú y yo.

Por último, y antes de despedirme, amigo mío, seas de la inclinación que seas, yo te recomendaría que, si no eres político profesional ni vives de la política, desconectes de ella: haz deporte, sal a la calle, ve al cine, diviértete, ve series, lee libros, acude al teatro, pinta o escribe, lo que te dé la gana; pero desconecta. En el arte y la diversión está el secreto para conciliar el sueño …y créeme que funciona.

Espero que con esta reflexión nos hayamos ayudado.

Pásatelo bien.

domingo, 8 de noviembre de 2015

¿Puede realmente, en nuestra sociedad, volver a Renacer el Monstruo?



Cuando me preguntan que si creo que se pudiera dar el escenario futuro en el que transcurre la novela yo siempre digo, aunque con ciertos matices, que ya estamos en él. Fijáos en una cosa, yo no soy adivino, no puedo aventurar lo que pasará: si habrá una próxima recaída en la crisis que hará que alcance el poder una coalición de partidos de extrema izquierda, si las élites políticas y económicas, al verse amenazadas, darán un golpe de estado o si surgirá un IV Reich en Europa; pero lo que sí tengo claro es que constantemente estamos haciendo Historia y que esta crisis de larga duración que venimos padeciendo con todas sus consecuencias, ha hecho que una parte importante de la sociedad, entre los que se encuentran los más desfavorecidos, comience a preguntarse cosas, algo inquietante si tenemos en cuenta que así empezaron la mayor parte de las revoluciones que se han producido a lo largo de los tiempos. Además, algo tan potente como Internet y las redes sociales juegan a favor de ellos.
En el lado contrario tenemos a los mercados y a la élite económica que son los que con sus inversiones en capital mueven la rueda de la economía para que el Sistema gire, día a día, condenando o salvando, a través de estas decisiones de inversión, a ciudadanos de países enteros. Por eso, aunque no lo hagan de manera racional o consciente, son los que verdaderamente nos gobiernan persiguiendo un único fin: ganar dinero. Con un objetivo tan ambicioso como éste, es lógico que los gobiernos legislen para ellos a cambio de conseguir un poco de sus réditos; su patio de operaciones es el mundo global, no necesitan pasaporte para viajar y no conocen fronteras… son apátridas y lo peor de todo es que en demasiadas ocasiones, como hemos visto con una empresa señera y muy prestigiada hasta hace bien poco como Volkswagen, en sus escala de valores priman los beneficios por encima de todas las cosas, incluso sobre algo tan básico como la legalidad o, ya puestos, la conciencia. También hay que señalar que han sido vistos, incluso por expertos y no solo por el pueblo, como los verdaderos beneficiarios de la crisis ya que han aumentado su concentración de poder y riqueza provocando el sentimiento encontrado de aquellos más desfavorecidos por haber sido objeto de los mayores trasvases de dinero, bien sea en forma de ayudas o de beneficios, aprovechándose de la liquidez de la que disponían para adquirir activos a saldo o especulando, sin escrúpulos, con ese dinero.

Y por último y haciendo equilibrios, si no piruetas, en medio de ellos, está la clase política. Una clase política desprestigiada que ha perdido gran parte de su credibilidad durante los últimos tiempos ya que se ha mostrado dirigida por personas con grandes deseos de posesión, obsesionados con el poder y la riqueza y carentes de recursos tan básicos como la ética, a muchos de los cuales, además, se les ha visto el plumero mirando por su propio interés y beneficio en lugar de, como debería haber sido, por el interés general que requiere el hecho de deberse a un servicio prestado a los demás y administrando dinero ajeno.

Así las cosas os digo que aunque no seamos conscientes de ello, hace años que empezamos a asistir a una grave enfermedad en forma de polarización del viejo mundo en el que se quebró el bienestar de la clase media o, lo que es lo mismo, el idilio del capital con el pueblo. Un mundo que cayó enfermo por la falta de valores de una sociedad sin ética, por la codicia de unos pocos y la falta de esperanza de una mayoría indignada, entendiendo por indignados no solo a los votantes de Podemos, indignados que mientras miraban al abismo comenzaron a hacerse preguntas que todavía no han podido responderse en ningún fuero. Yo solo espero que no sea demasiado tarde y estemos a tiempo de poder salvar todo esto antes de que venga la próxima crisis, ya que de lo contrario no me cabe duda de que, como dijo Antonio Gramsci, los monstruos surgirán de nuevo. 

 “El viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer, y en ese claroscuro surgen los monstruos” Antonio Gramsci.
 
¿O acaso pensabais que los monstruos eran cosa del pasado y que  nunca más volveríamos a verlos?

¡Ojalá fuera así!...pero yo no lo creo.

SP.
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Y para aquellos que queráis descargaros el primer capítulo gratis podéis hacerlo pinchando en el siguiente link: http://www.elrenacerdelmonstruo.com/El_renacer_del_monstruo_Capitulo1.pdf

Distribuye: AZETA Distribuciones.

jueves, 3 de septiembre de 2015

MI FELICIDAD



Ayer por la noche, cuando me fui a dormir, eran casi las doce. Tenía fiebre y mientras me ponía el termómetro cogí mi iPad y me dispuse a descargar la primera edición del diario El Mundo. De pronto se me abrió la imagen de portada y vi lo que parecía una playa de arena blanca y manso oleaje. En ella, y de espaldas, una persona atendía a algo que parecía tener entre las manos: ¿Un teléfono o quizás un walkie talkie? Llevaba un peto azul y rojo con rayas fluorescentes como los que llevan los equipos de emergencias. Las palabras escritas en el peto, así como la gorra que portaba me hicieron pensar que era extranjero. Lo que la imagen mostraba, de sus rodillas para abajo, se me ocultaba debido a la banda de color celeste que cruzaba el ancho de la página y sobre la que se imprimía, en grandes letras blancas, las palabras “EDICIÓN DE MAÑANA JUEVES 3 DE SEPTIEMBRE”. Con curiosidad por adivinar el significado de la fotografía acerqué mi dedo y toqué la pantalla. Mientras la línea de la descarga corría hasta el final pensaba a qué noticia podría corresponder aquella imagen velada que tenía delante: ¿otro atentado como el de Túnez, quizás? La playa se veía tranquila y aquello me confundía; quería leer el titular. 

De pronto la descarga finalizó y pude descubrir, ya en su totalidad, esa enorme fotografía, de más de media página, que ocupaba la portada del periódico. Donde antes estaba aquella banda azul que anunciaba la primera edición, había ahora un niño de dos o tres años tumbado, boca abajo, en la arena. Llevaba zapatitos de deporte, camiseta roja y pantalones cortos de color azul; la misma ropa que podría llevar mi hijo, de la misma edad, en un día cualquiera. La camiseta se le había subido un poco y mostraba parte de su torso desnudo. En ese momento, y de manera inconsciente, sentí ganas de acercar mi mano y acariciarle la cabeza, la espalda. De cogerlo por las axilas y ayudarle a levantarse. De decirle que no había pasado nada mientras le colocaba bien la ropa y le daba la mano para marcharnos juntos a buscar a sus padres caminando por la playa. Pero entonces, en un arrebato de lucidez, volví a mirar la imagen y al enfocarla de nuevo comprendí que estaba muerto y lloré. Fue una mezcla de impotencia y de tristeza. Lloré de impotencia por no poder hacer absolutamente nada por él  ––aunque hoy escriba estas líneas––. Lloré de tristeza porque nunca más, nadie, podrá volver a verlo jugar, ni contemplar su sonrisa, ni escucharlo cantar. Y entonces me di cuenta de que mi llanto era egoísta porque en ese niño yo, como el resto de los que podemos llamarnos seres humanos en lugar de monstruos, lo que buscaba y sabía que nunca más en él volvería a encontrar era mi felicidad.