domingo, 8 de marzo de 2015

Rusia: Un imperio por Vocación

Por Sergio Polo

Se cumple por estas fechas un año de la destitución del presidente ucraniano Víktor Yanukóvich y del nombramiento del posterior gobierno interino, favorable a la adhesión de Ucrania a la Unión Europea; hechos que precedieron a la intervención rusa en el este de aquel país y cuyo devenir ha desembocado en una guerra civil que muchos consideran como un episodio moderno de la guerra fría. Visto desde la óptica occidental, Rusia ha actuado en este conflicto de manera prepotente, como un tirano que abusa de su poder para mantener su influencia sobre un territorio estratégico, sobre todo en lo concerniente a su posición militar, e impidiendo así la expresión democrática de sus gentes. No obstante, como en cualquier disputa que se precie, y para llegar a tener una idea precisa y objetiva de la misma, hay que ponerse en el pellejo también de la otra parte, en este caso de la nación heredera de uno de los imperios más extensos y poderosos del mundo, el ruso.

Para conocer bien la idiosincrasia del pueblo ruso y su afán imperialista, hay que remontarse a los orígenes de la ciudad que lo configuró, al pie del río Moscova y en un cruce de caminos, Moscú ha sido su capital desde los inicios, a excepción de los más de doscientos años (1712 – 1918) en que este privilegio recayó en su más directa rival, San Petersburgo. A medio camino entre Europa y Asia, en sus orígenes (S. XII y XIII), Moscú fue continuamente saqueada y quemada por los tártaros y los mongoles, reponiéndose una y otra vez hasta convertirse, finalmente en 1327, en un principado cristiano, estable e independiente y configurando, a base de las  múltiples invasiones, el carácter recio, sufrido e incluso vengativo de sus gentes. Luego llegó la caída de Constantinopla en 1453 y el Principado de Moscú quedó como el único estado cristiano en la frontera de la Europa Oriental. Fue a partir de ahí, y con la ayuda de la iglesia ortodoxa, cuando se inició una rápida reconquista que culminó en 1480 cuando el Gran Príncipe Iván III consiguió imponerse a los tártaros, convirtiendo a la ciudad en la capital de un imperio que poco a poco iría anexionándose otras tierras hasta configurar lo que conocemos como la Rusia actual. Las luchas contra los mongoles en el este y los tártaros, principalmente, en el sur y en el oeste, fueron una constante hasta bien entrado el siglo XVII, en el que, prácticamente derrotados estos, el principal enemigo pasó a ser la mancomunidad polaco-lituana y siendo el motivo principal de la disputa el actual territorio de Ucrania, frontera natural con Rusia, el cual llegó a estar integrado en su estado a través del tratado de Preyáslav en 1654. 

También, a comienzos del Siglo XVIII, lucharon contra el imperio sueco por extender sus dominios al Báltico y abrir, de esta manera, un acceso marítimo por el norte de Europa, hecho este que consiguieron, tras haber sido vencidos en diversas ocasiones, estableciendo, además, allí su nueva capital: San Petersburgo, e iniciando un periodo de prosperidad conocido oficialmente como Imperio Ruso, que se caracterizó, aparte de por las sucesivas guerras expansionistas, por la importación y asimilación de la cultura europea occidental. Luego llegaría la invasión de Napoleón y la más cruda derrota infligida a sus ejércitos, después de tomar Moscú; una experiencia similar a la que el propio Adolf Hitler sufriría, en sus propias carnes, apenas 130 años después, a manos de la Unión Soviética.


Si algo queda claro para cualquiera que estudie, al menos de manera somera, la historia y el devenir de los acontecimientos sufridos por el pueblo ruso, es que era una pequeña nación que se hizo gigante en la lucha, a la que siempre estuvo acostumbrada, y a las pequeñas derrotas. Derrotas de las que siempre y a la larga ha sabido salir fortalecida para volver sobre sus pasos a recuperar aquello que le había sido arrebatado e incluso ir más allá. Con todas ellas, hasta ahora, ha sido así, menos con la Guerra Fría; aunque quizás, todavía, sea demasiado pronto para confirmarlo; ¿no lo creen? Al menos para la mayoría del pueblo ruso.

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