martes, 24 de enero de 2017

EL DESTINO ES EL QUE BARAJA LAS CARTAS, PERO NOSOTROS SOMOS LOS QUE JUGAMOS (William Shakespeare)

Ayer por la noche tuve una charla muy interesante, con una amiga, en la que estuve recordando parte de mi trayectoria vital. Durante la conversación eché la vista atrás y me vi en mis inicios, cuando empecé a trabajar, con apenas 21 años.

Mucho ha llovido desde entonces, muchas cosas han sucedido en mi vida, pero haciendo un análisis de lo ocurrido concluyo que todo -o casi todo, al menos- ha sido para bien. Durante mi vida profesional y personal, como la mayoría de la gente, he pasado por muchas etapas y situaciones; algunas buenas o muy buenas junto a otras que no comprendía, que veía como sobrevenidas e injustas en aquel momento. Pero si algo tengo claro, hoy en día, es que todas tenían que pasar y que, con perspectiva, como digo y a mi modo de ver, la mayoría suceden para bien, ya que forman parte de nuestra trayectoria vital.

Hablando con esta amiga recordé la primera vez que me quedé sin un duro, vamos que me arruiné; tenía yo 26 años y me había metido a diseñar, con una ingeniería alemana, tras llegar a un acuerdo con Vitafresh (una firma fabricante de zumos participada por ‘El Monte’, luego Cajasol), una máquina dispensadora para sus productos. El zumo iba a estar destinado al mercado “Horeca” -hoteles restaurantes y cafeterías-, y tenía que conseguir, aparte de la funcionalidad, un diseño que fuese lo suficientemente atractivo como para estar situado en la barra de un bar sin desmerecerla ni parecer que desentonase. Tras estar casi un año trabajando en Huelva con dos ingenieros, en mis ratos libres, logramos hacerla funcionar; pero el diseño no estaba a la altura –era rectangular, con aristas vivas, y con un motorcito que movía una biela y un pistón que a su vez golpeaba un recipiente elástico donde estaba el zumo para que no se decantase. No me resultaba atractiva y el ruido que hacía me parecía un estorbo, así que cogí un avión y me fui a Düsseldorf a buscar ayuda. Recuerdo a mi madre el día que me iba, en la puerta del ascensor, llorando. Yo, entonces, no lo entendía.

Desde España había contactado con una ingeniería que diseñaba piezas para las industrias del mueble y del automóvil y, tras convencerles para que me ayudasen, empezamos a trabajar juntos. Estuvimos casi dos años hasta que logramos sacar cinco prototipos que funcionasen, pero una vez concluido ese largo trabajo y cuando ya casi todo estaba hecho, Vitafresh cambió su estrategia comercial y decidió abandonar el mercado de la hostelería y dedicarse al doméstico: nuestro gozo en un pozo, o algo parecido, imagino que fue lo que debería pensar yo o, mejor dicho, lo que sentiría en aquel momento nada más saberlo. Lo que sí tengo claro es que fue un mazazo. Recuerdo que mi socio Joachim Niehaus y yo estábamos consternados; cogimos su coche, y con Winfried –otro ingeniero que trabajaba con él— y con tres prototipos de las máquinas en el maletero, recorrimos media Europa buscando clientes a los que le pudiera interesar. Así fue como llegamos a la sede de Smurfit, en Éperney, una pequeña ciudad, al norte de París, donde estaban las oficinas del mayor productor de cartones del mundo y que, además, era el fabricante de la bolsa y la cajita donde iba el zumo que envasaba Vitafresh. Nos reunimos en una sala inmensa con una señora llamada Isabelle Macé que era la directora de esta empresa para Europa, Oriente Medio y África, y con su equipo de más de veinte comerciales. Tras una larga exposición, con un intenso turno de preguntas por su parte, concluyeron que las máquinas eran fantásticas. En definitiva: les habían encantado. Pero había un problema: habíamos diseñado un producto pensando exclusivamente para el zumo de Vitafresh y, para adaptarlo a otros clientes, había que cambiar algunas cosas. Los cambios que había que hacer, aunque a primera vista pareciesen pequeños, implicaban hacerlas más grandes y esto nos llevaba a fabricar nuevos moldes para la carcasa, el evaporador, y modificar la manera de mantener el frío, algo que habíamos conseguido produciendo una reacción endotérmica a través de una tarjeta ‘Peltier’ de intercambio de electrones. No tengo que deciros que durante ese tiempo Joachim y yo le habíamos dedicado muchísimas horas al proyecto y nos habíamos gastado una fortuna, él más que yo; pero él tenía su empresa y yo me quedé sin trabajo y sin un céntimo. Salimos de aquella reunión cabizbajos, con el ánimo por los suelos, y nos fuimos a cenar a un restaurante en Reims. Durante la cena no recuerdo ni siquiera de qué hablamos. Pero sí que al final de ésta, cuando estábamos tomando los postres, llegó el turno de la máquina y nos enfrascamos en una no demasiado larga, pero sí intensa conversación en la que decidimos que él y yo nos iríamos cada uno por nuestro lado, para nuestras respectivas casas, a descansar, y volveríamos a hablar al cabo de unos meses y ya decidiríamos, entonces, si poníamos de nuevo el proyecto en marcha o no.
Regresé a Huelva resignado, con la sensación de haber fracasado; sin dinero, y sin tener muy claro lo que iba a hacer -corría el mes de enero del año 2000-. A éste le siguieron un par de meses de profunda reflexión, en los que todavía pensaba, diariamente, en cómo podíamos reformar aquella máquina para que cumpliese las expectativas de Smurfit, sin gastarnos ni un céntimo más de lo necesario para que aquello fuese posible y, por otro lado, conseguir el dinero. Así transcurrió el tiempo, pensando y pensando, hasta que un día, caminando por la calle Concepción, me encontré con mi amigo Nicolás, del colegio. Yo le veía bien, estirado y contento, y llevaba una carpeta gruesa, de colores muy llamativos, bajo el brazo. Se me acercó para saludarme y me dijo con mucha seguridad:

-        Sergio, tienes que comprarme un piso en Islantilla; son fantásticos, están muy bien de precio y te puedo asegurar que es una magnífica inversión- apostilló.
Yo le sonreí, sarcástico, y le contesté:
-        Nico, no tengo ni un duro, estoy más tieso que una mojama; acabo de llegar de Alemania y me he gastado todo el dinero que tenía.
Se me quedó mirando, con los ojos entornados, durante unos segundos, creo que algo desconcertado por mi respuesta. Pero una vez se recompuso, me respondió:
-        Pues ayúdame a venderlos y nos repartimos la comisión.
Miré su carpeta y me pareció muy atractiva, recubierta de vivos colores.
-        Déjame ver- le respondí-. Al fin y al cabo –pensé yo-, no tengo nada que perder.

Aquel día le tomé la palabra y ahí comenzó de nuevo a cambiar mi vida: en una semana vendí más de veinte, a la siguiente me fui a Canarias y vendí siete más, luego monté una oficina en el Centro Comercial de Islantilla y, durante los dos años posteriores, fueron doscientas cincuenta y tantas. No obstante, os mentiría si os digo que ya nunca más volví a pensar en la máquina de zumos, ni en Joachim. Pero siempre creí, como os digo, que ahí había cerrado un capítulo de mi vida y había empezado otro.  

Así hasta que ayer, después de la conversación con esta amiga, empecé a notarme intranquilo y me volví a preguntar qué estaría haciendo ahora mi socio, aquel socio que tuve en Alemania y con el que había compartido una gran ilusión repleta de buenos y malos momentos -muchos más buenos que malos, por supuesto-. Sentí, entonces, la necesidad de saber qué periplos y visicitudes habría reservado la vida para él. Y por primera vez, en todos estos años, noté que ese capítulo, al contrario de lo que siempre había creído, había permanecido abierto y no se había cerrado ya que, para cerrarlo, ahora necesitaba referenciarle; saber por dónde andaba, saber que había sido de su vida, de sus negocios, de sus hijos, de su mujer… En definitiva y parafraseando a Shakespeare: conocer qué cartas le habían tocado y cómo las había jugado. Así que esta mañana me levanté temprano y ya sabía lo que tenía que hacer.

Hace unos minutos que he acabado de escribir un correo a una dirección que aparece en la página web de la que creo que todavía es su empresa ‘Ingenieurbüro Niehaus’ - www.niekon.de -; y aquí estoy, esperando a ver. Espero y deseo tener suerte y, esta vez sí, poder contactarle y cerrar un capítulo de mi vida para, con paz interior y tranquilidad de conciencia, seguir abriendo, jugando, y escribiendo otros con las nuevas cartas que, como siempre, tenga a bien presentarme el destino ;).

Seguid en Paz y Pasadlo Bien.

SP.

Por si os interesa, aquí tenéis el enlace a la página web de nuestras máquinas: http://www.niekon.de/pnp/indexs.htm .
Por cierto, P&N Products, S.L., significa Productos de Polo y Niehaus J


No hay comentarios:

Publicar un comentario